Le envío
un mensaje avisándole que ya llegué. A
los pocos segundos me abre la puerta
—Llegaste
rápido—. Yo
sigo viendo la pantalla de mi celular
— El
chofer de mi carro manejaba como loco— le respondo
Entro
a la casa y dejo mi pequeña maleta negra sobre las escaleras que están a la
izquierda de la entrada. Veo sobre la mesa del comedor la laptop hp rosada que
usa para trabajar. En la mesa están
dispersos una cantidad de papeles arrumados y lapiceros de colores.
Camino
hacia la sala y me tiro encima del sofá más largo. Mis pies chocan con dos
cojines que parecen más bien almohadas viejas.
La
televisión de la sala está prendida en el canal de Investigation
Discovery. Él me alcanza el control
remoto antes de que yo se lo pida. Empiezo a presionar los números al azar.
—Tienes
hambre— me pregunta levantando su ceja, como esperando alguno de mis inusuales
antojos, pero estoy muy desanimada como para comer.
—No—
Respondo rápido y sin dudar—. Solo quiero ver un poco de televisión.
Él
regresa al comedor y se sienta frente a la laptop. Desde el sillón donde estoy
veo como mueve su cuello de un lado al otro con la mirada fija en la pantalla.
—Si
tenías mucho trabajo me hubieses avisado para ir de frente a mi casa.
Me mira
sin responder nada y sonríe, luego regresa su vista a la laptop y sigue tipeando.
En realidad me alegra que esté tan metido en sus cosas porque no quiero
hablarle. Es uno de esos días en los que estamos juntos en silencio, aunque, en
realidad, hoy yo estoy en silencio y él está ocupado.
Regreso
mi vista a la televisión, ha empezado una película de comedia que tiene un poco
de drama y también algo de romance. Ya había visto la película hasta en dos
ocasiones, la recuerdo porque tiene como protagonista a Sara Jessica Parker. La
historia está ambientada en la navidad. Y entonces, mirando con atención la
pantalla de la TV, caigo en la cuenta que hoy algo me ha recordado a la
navidad.
En la
mañana camino al trabajo sentía mucho frío, lo primero que haría al bajar del
carro era comprarme un café caliente. Decidí entrar al Starbucks que me queda
de camino y mientras hacía la cola vi en Facebook una promoción, el chocoday (una bebida de chocolate
caliente a cinco soles), en definitiva me moría por abrigar mis manos con un
vaso del que emane el olor dulce de un buen chocolate caliente. Cuando tuve entre mis manos el vaso rojo con
adornos navideños me sentí raramente feliz, como si tuviera cinco años otra
vez. Solo me hacía falta un pedazo de panetón con mantequilla y estar en mi
casa, caliente, sintiendo las manos de mi abuela rascándome la cabeza. El chocolate
caliente me sabe a Navidad.
El
sabor de la navidad es ver a mi abuela sacando de su canasta navideña la barra
de chocolate Sol del Cusco para prepararlo en su pequeña olla vieja y
escucharla decir : “Dios mío, nos vamos a enchanchar”.
El
sabor de la navidad es recordar la risa de mi abuelo al ver a mi abuela colocar
sobre la mesa el pavo quemado en la navidad del 2006 mientras le repetía: “vieja
no importa, todos sabemos que tu fuerte no es cocinar”, y luego verlo comer con
gusto toda la cena. La navidad también
tiene el sabor de mi abuelo bailándole huayno al niño Jesús y de mi tía armando
alegremente el nacimiento en la casa.
Cuando
falleció mi abuelo las navidades cambiaron. Los primeros años intentamos
mantenerlas en familia, pero la navidad ya no tenía el mismo sabor para mí.
El
chocolate del Starbucks no se compara en sabor con el de mi abuela, eso era
lógico de suponer, pero pienso que con toda su sofisticada preparación no le
llega ni de cerca al chocolate instantáneo con el que solía recibirme por estas
épocas en la parroquia el padre Orestes. Él es mi padrino de confirmación. A
veces me recuerda a mi abuelo. Su pelo canoso, sus lentes, su caminar pausado pero
a la vez tan lleno de vida, y lo más importante, no le gusta verme triste. Y
entonces pienso que el sabor de la navidad también tiene el sabor de ese
chocolate instantáneo servido en la taza de Alianza Lima (porque era la taza
más grande en la cocina de la parroquia), acompañado de ese panetón con
mantequilla del que padre Orestes había sacado las pasas y los tutti frutti porque sabe que no me
gustan. Tienen el sabor de esos villancicos que cantábamos a dúo en la
camioneta cuando se me hacía tarde y me llevaba de regreso a casa. El sabor de esas chocolatadas en los cerros o
en cualquier lugar al que me invitaba, en donde yo era feliz.
El
chocolate navideño me sabe, ahora, a que ya crecí, me sabe también a algunas
lágrimas de pena, de nostalgia, de bonitos recuerdos.
—
¿Estás bien preciosa?— Me pregunta un poco asustado al verme divagando en mis
pensamientos.
—Necesito
visitar a padre Orestes, antes de Navidad— Le respondo abruptamente.
—Pues
deberías ir.
—Quiero
chocolate, chocolate instantáneo— le digo exaltada
—Ok—
responde extrañado.
Veo
que se para y va a la cocina. A los pocos minutos se me acerca con la taza verde
que tiene un adorno de papa Noel.
—Cuidado
que te quemes, sopla.
—Ok—
le respondo.
Veo
el humo de mi chocolate instantáneo salir mientras soplo lentamente. Mis lentes
se empañan y ya no puedo ver la pantalla de la televisión ni la película, pero
no me importa. De pronto me siento como una niña, una niña mimada. Y recuerdo
por un instante a qué sabe la navidad.
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