Subí corriendo las escaleras del puente esperando no irme de cara contra el suelo. El foco del único poste que alumbra el lugar se había quemado y los escalones casi no se distinguían. Estaba apurada porque no quería que me deje el último tren y también porque tenía miedo de que me roben. Llegué jadeando a la entrada de la estación María Auxiliadora. Una de las puertas estaba cerrada. El único vigilante que había en la estación me miró detenidamente. Tenía puesto un chaleco verde chillón y parecía cansado. Miré la pantalla donde aparecen los horarios de los trenes pero estaban pasando uno de sus spots publicitarios donde subliminalmente te piden paciencia y buen humor. Metí mi mano apresuradamente en mi bolso negro para sacar mi billetera y pensé, “carajo, solo falta que mi tarjeta no tenga saldo”, no recordaba cuando la había recargado por última vez. Volví a mirar la pantalla y me di cuenta que aún figuraban dos trenes por llegar y el más próximo estaría en la estación
Historias reales ficcionadas, ficción hecha realidad.