Cuando amaneció, vi asombrada la densa neblina. Para mi era el indicio de que, a pesar de ser lunes, no sería un día aburrido.
Al final de la tarde me sentía aliviada, era hora de salir de la oficina y ya tenía más de 50 soles en mi cuenta bancaria. Los días de pago son los mejores. Me despedí rápido de las personas que aún estaban concentradas en sus computadoras y caminé muy rápido hacia el BCP a espaldas de mi trabajo. Repasé en mi mente la lista de cosas que debía pagar.
Después hacer algunos cálculos mentales, transferir y retirar un poco de efectivo abandoné el banco rumbo al paradero. Caminé despacio con la vista pegada al suelo. Disfrutaba del frío escuchando a todo volumen Tormento de Mon Laferte.
Subí a la 148 y me acomodé en uno de los asientos del medio. Miraba por la ventana mientras mi mano buscaba dentro de mi cartera mi monedero. Nada. Por un instante sentí miedo de haberlo perdido al salir del banco. Empecé a buscarlo ahora también con mis ojos. El cobrador estaba cada vez más cerca. Era un hombre bajito, trigueño y de contextura gruesa. Caminaba con dificultad apoyando su gran cuerpo en los asientos. Parecía no estar acostumbrado al vaivén del movimiento del carro.
Su polo verde dejaba al aire un poco de su estómago y su gorro azul desteñido no tapaba la expresión adusta de su cara. Cuando llegó a mi sitio yo aún no encontraba mi monedero, estiró su mano y le pedí que espere un momento. Sin decirme nada siguió su camino.
Al poco rato encontré el monedero, tenía solo céntimos y empecé a contarlos. El tráfico de la Salaverry no avanzaba. Busqué con las vista al cobrador y me di cuenta estaba sentado detrás de mí. A su lado estaba un señor alto y calvo que lo escuchaba con atención pero su mirada parecía decir que estaba incómodo. Creo que trataba de seguirle la corriente hasta que termine y se vaya. Decidí esperar hasta que vuelva a pasar por mi sitio para pagarle. No quería interrumpirlo. No quería que de pronto me empiece a hablar a mí también.
Bajé el volumen, me dio curiosidad saber sobre qué estaba conversando con un extraño, y sobre todo si ese extraño le respondería algo. No parecía estar muy cómodo con el cobrador al lado, pero tampoco intentaba salir de ahí.
De pronto llamó mi atención que dijera “los peruanos se odian, no sé por qué, pero se odian, es decir nos odiamos” parecía muy afectado por ello y luego él dijo “ ves, mira a ese chico de la bicicleta lo ves..." no llegué a escuchar más, traté de ver a qué chico se refería pero nunca lo vi.
Mi mente se distrajo y viajó al sábado anterior. Estaba sentada cerca de las 11 de la noche en el parque Kennedy tratando de terminar de leer París para uno de Jojo Moyes. A los minutos me distrajo la risa del chico sentado en la banca del al frente. Su risa era escandalosa pero no contagiosa. No sabía si eso o el que estuviera vestido todo de cuero me resultaba más raro.
Sentado a su lado estaba otro chico que me dio curiosidad. Su cara demostraba el esfuerzo con el que trataba de poner atención a lo que decía su sexy acompañante. Era agotador verlo.
A lo lejos se escuchaban risas de varias mujeres que contrastaba perfecto con la pareja sentada a mi lado que no dejaba de pelear.
Pero lo recordé al escuchar al cobrador fue que, en medio de mi nulo esfuerzo por ignorar al mundo y saborear las páginas de mi libro, fueron las palabras de un borracho. Apareció de pronto y se abrió espacio entre los peleoneros y yo. Estaba vestido todo de blanco y tenía la camisa abierta. Me moví lo más a la izquierda que pude tratando de ver otro sitio libre donde sentarme. Él puso su mochila en el suelo. Tenía una botella de cerveza en el bolsillo donde van los tomatodos. Volví a poner la vista en mi libro pensando en qué hacer.
De pronto. un chico se paró a unos 5 pasos y le gritó "Oye vámonos" y él le respondió "¿por qué los peruanos se odian?" su amigo insiste "vámonos ya" y él le respondió "pero dime ¿porque aquí todos se odian?". No entiendo que tenía que clase de borrachera estaba teniendo, pero al parecer no una divertida. Su amiga insistió “vámonos, estás incomodando a la señorita", levanté la mirada y pensé en decirle "fuera, déjame leer", pero pensé que quizá me gritaría "ves los peruanos nos odiamos". Y me quedé callada, mirándolos. Todos los de mí alrededor nos miraban. A los segundos se acercaron unos policías. El chico les dijo que su amigo estaba borracho y que estaba acosándome. Se acercaron, lo cogieron de los brazos y se lo llevaron. Los peleoneros se fueron. El chico vestido de cuero ya no reía. La sexy acompañada creo que empezó el cotilleo sobre lo que pasó.
Yo regresé la vista al libro y seguí esperando a mi cita. Pensé que quizá a veces si actuamos como si nos odiáramos. Quizá no es de peruanos sino de humanos y eso es triste. Ese día en el carro no podía creer que escuchara eso 2 veces en una semana. ¿Sería una especia de señal del universo? Algo así como: ¡Huevona ama más, odia menos! No lo sé.
Ahora que vuelvo a leer el realto pienso que quizá el universo si me decía que ame más. Que abrace más. Que disfrute más. Nunca pensé que esa situación hoy sería impensable de hacerlo. Al menos no sin una mascarilla. Al menos no sin un poco de miedo.
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