Era muy raro que mi papá me llamara de
noche. No sabía si era buena idea responderle o no. Cuando por fin me
decidí salí del salón casi corriendo. Meses atrás, cuando respondí una llamada
de su número, una mujer me habló y me preguntó “¿quién eres?”, yo le respondí
“¿tú quién eres y por qué me llamas del celular de mi papá?”, ella dijo “ya no
lo molestes más” y colgó.
La rabia de esa llamada aún no se me
había pasado. Mi papá nunca me dio una explicación de quién era ella y por qué me
había dicho esas cosas. Ni siquiera lo intentó. Fue más fácil para él fingir
que no había pasado, pero yo no podía fingir. Me ponía nerviosa pensar que esa
mujer en algún momento volvería a llamar.
Era finales de febrero y la última vez
que él me había llamado fue para navidad. Eso aumentaba la tensión. Escucharlo
no me alegró. Siempre hacía lo mismo: llamaba, prometía que lo haría más
seguido y luego desaparecía.
Eran cerca de las 8 de la noche y mi
clase estaba por terminar. Apagué mi celular y me senté en las escaleras que se
encontraban cerca del salón para tomar un poco de aire.
Saqué del bolsillo de mi jean el pequeño
mp3 naranja que me compré por mi cumpleaños. Lo prendí, le di play sin escoger la música que
escucharía y lo volví a guardar. Quería fumar un cigarro para relajarme, pero
mi cajetilla estaba con mis cosas en el salón. Estaba fastidiada por no poder tener
una conversación normal con mi papá. Me incomodaba que su llamada no me pusiera
alegre. Hubiera preferido que no llamara.
Sentí unos pasos que se me acercaban
por la espalda. Pensé: “ojalá que no sea el profe y me encuentre hueveando”.
Era Sergio. Le sonreí y él se sentó a mi lado. Me quité uno de los audífonos.
—Y qué te dijo tu papá —preguntó.
—Nada.
—¿Estás bien?
—Sí—. Le respondí sonriendo y nos quedamos en silencio.
En realidad quería decirle que no estaba
bien. Que deseaba sentir que mi papá no me llamaba por compromiso. Quería
decirle que aunque yo no quisiera admitirlo estaba todavía muy resentida con
él. Decirle que eso me ponía triste. Que no se lo podía contar a mi mamá porque
estaba molesta con ella. Además ya nunca hablabamos de mi papá. Tampoco se lo
podía contar a mi abuela porque se preocuparía y eso era injusto. En conclusión,
no se lo podía contar a nadie. A nadie que entendiera. Quería decirle que me
sentía mal y que quería fumar aunque a él no le gustara que yo fume. Pero no
dije nada, llevábamos saliendo tres meses y no quería que piense que era una
adolescente traumada, aunque quizá sí lo era.
“¿Qué escuchas?”, Sergio rompió el silencio. Le alcancé el audífono que
quedó colgando. Él lo apretó contra su oreja y trató de concentrarse en la
canción. Tenía su mirada fija en el suelo. Saqué mi mp3 y le subí el volumen.
Después de unos segundos en silencio le dije:
—Es una canción de José José.
—Sí, ya sé— me respondió apurado.
—Sí, claro— le dije riéndome.
—O sea, sí sabía que era de esos cantantes antiguos porque mi mamá a
veces los escucha. Lo que me sorprende es que te guste ese tipo de música.
—Es la música de la historia de amor de mis papás —le respondí, sin
darme cuenta de que esas palabras habían salido de mi boca. No sé por qué se lo
dije. Nos quedamos un rato en silencio.
—No quería hacerte recordar cosas tristes —dijo como queriendo
disculparse.
—Ya no son tristes —le respondí—. Deberías volver al salón.
Asintió con la cabeza y se paró en
silencio. Me puse nuevamente los dos audífonos y saqué mi mp3 para cambiar de
canción. A Sergio le había hecho escuchar “La Almohada”, pensé que era lo
suficientemente popular como para que reconociera al cantante. Pero me
equivoqué. Tal vez sí era inusual que a mis dieciséis años me gustara ese tipo
de música.
Empezó a sonar la “Nave del Olvido”. La
introducción la reconocí inmediatamente porque era mi canción favorita de pequeña,
suponía eso porque me sabía la letra. No
sé qué tan extraño resultaba que una
niña tuviera como canción favorita una, cuya letra, describía sensaciones que
aún no se han sentido. Pero era así. Las
canciones
de José José formaban parte de mis recuerdos de infancia, fueron la banda sonora de mis juegos de niña, de mis tardes sentada en el suelo con mis muñecas o acurrucada en la cama con mi mamá.
de José José formaban parte de mis recuerdos de infancia, fueron la banda sonora de mis juegos de niña, de mis tardes sentada en el suelo con mis muñecas o acurrucada en la cama con mi mamá.
Sus letras sobre amores perdidos, acompañadas
de sus tonadas melancólicas, estuvieron presentes cuando por fin entendí que mis
padres cada vez estaban más lejos de ser un amor realizado. Quizá, en el
inconsciente, sus letras me explicaban que a veces dos personas no se quieren
lo suficiente como para estar juntas, me explicaban lo que mi mamá no me sabía decir.
Recuerdo que tenía 6 o 7 años cuando mi
mamá empezó a trabajar como cajera en un tragamonedas en la calle Capón.
Usualmente llegaba muy tarde, cuando yo ya estaba durmiendo. Eso me ponía
triste, yo la extrañaba mucho porque ya no hacíamos tantas cosas juntas. Cuando
ella iba a entrar a trabajar de noche, dormía por las tardes. Yo regresaba del
colegio corriendo para poder jugar con ella antes de que se echara a descansar.
A ella le gustaba dormir con música. Antes de acostarse cogía la radio ploma de
mi tía y la colocaba cerca de la cabecera de su cama. Escogía uno de los cassettes que tenía en el cajón de su
mesa de noche, usualmente el de José José, y lo colocaba en la casetera enseñándome
cómo se usa la radio. Luego yo me acurrucaba a su lado aunque no tuviera sueño
y le preguntaba por qué le gustaban tanto esas canciones. Ella me decía que esa
música le gustaba mucho a mi papá y que le recordaba a él. Yo no entendía bien
a qué se refería. Alguna de esas veces mi mamá me contó que la canción ellos
era “40 y 20” porque él le llevaba varios años. Esa fue una época en la que
ella aún tenía ganas de hablarme de él.
A veces imaginaba que mi papá en
Chiclayo se pondría a escuchar a José José y que extrañaría a mi mamá y que
también me extrañaría a mí. Eso sería bueno porque ya no tendría que mudarme
más. Pero nada de eso pasó. Yo trataba de no preguntarle a mi mamá por qué mi
papá ya no venía a Lima. Tenía miedo de ponerla triste. “Son cosas de adultos
que tú todavía no puedes entender”, hubiera respondido. Aún ahora, no puedo
entenderlas.
Sentí una mano en el hombro. Era
Sergio. Había sacado mis cosas del salón. La clase había terminado. Apagué mi
mp3 para irme a casa.
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