Recuerdan cuando éramos pequeños y sentíamos que la luna nos seguía. A donde miráramos estaba ahí. Una compañera nocturna que observaba todos nuestros pasos. Yo recuerdo que daba pasitos en la vereda, sin pisar la rayas y, de cuánto en cuanto la miraba para asegurarme que estuviera ahí, viéndome jugar. ¿Cuántos de nosotros le preguntamos a algún adulto por qué? Yo recuerdo que siempre lo preguntaba a diferentes personas. No sé si no lo recordaba o si la razón era que me gustaba fastidiar a la gente. De igual forma no todos querían responderme o quizá no me prestaban atención. Eran épocas difíciles como para resolver mis dudas sobre la luna. Sin embargo, alguien que siempre me respondía era mi abuelo. Yo siempre podía contar con él. A pesar de todo con lo que lidiaba en aquel momento él siempre apartaba tiempo para mí. Recuerdo mucho a mi yo chiquita caminando con él. Era feliz con mis dos trenzas o mi cola de caballo con la que me peinaba mi mamá, mi chompa amarilla tejida y mi pan
¡Pum! Se vienen tantos recuerdos de pronto. Recuerdo que unos días antes de la cuarentena leí un testimonio de lo que se vivía en Wuhan. Encerrados, sin provisiones, viendo gente morir sin saber bien qué pasaba. Ese artículo fue publicado en enero. La voz de esa joven contando su historia resonaba en mi Guardé mi celular para comprar mi café, estaba segura, aunque con miedo, de que esto no nos pasaría. Wuhan y Perú están muy lejos decía mi cerebro cerrándose a la idea posible de que, como todo en este mundo, la humanidad siempre se ve traspasada por lo innegable de que el gran igualitario es nuestra mortalidad. Esto no era problema de Wuhan sino del mundo. Y de pronto mi mundo se sacudió. ¡Pum! Cuarentena señores. Y en mi mente solo estaba las palabras de esa chica. Ella tenía hambre y su refrigerador estaba casi vacío. La tienda debajo de su pequeño departamento tenía días sin abrir. Estaba sola y asustada. Enferma por el encierro. Alejada de su familia, aterrada de estar en