Te vi y te extrañé. El otro día mis ojos te reencontraron y mi corazón se estremeció. Han pasado ya varios años desde la última vez que estuvimos frente a frente. Sentí como todo este tiempo sin verte se me vino encima como las deudas a fin mes, de un solo golpe y de manera dolorosa.
Me di cuenta de cuánto extraño lo que solíamos ser. Me parecía una coincidencia increíble que la luz roja de un semáforo al frente de la PUCP te pusiera de nuevo frente a mí. Llevo años pasando con el carro a la misma hora por ese mismo lugar, y después de tanto te vine a encontrar.
Sonreías, eso me alegró. Se me detuvo por una milésima de segundo el corazón. En esa pequeña fracción de tiempo se metió en mi cabeza la loca posibilidad de sacar mi mano por la ventana y pasarte la voz. Pero, ¿y si no te alegraba volver a verme? Quizá no me reconocerías. Quizá las personas que te acompañaban se preguntarían quién soy yo. Quizá, después de tantos años, tú no tendrías una respuesta a esa pregunta. ¿Habrás hablado de mí alguna vez con alguien?, en ciertos momentos me lo he preguntado.
Por mi parte, fuera de estas líneas, nunca he hablado de ti, de esta forma, con nadie.
Hoy he vuelto a pasar con el mismo carro, a la misma hora, por al frente del mismo paradero, de la misma esquina. Pero hoy no te he visto. Y, aunque no quiera admitirlo, aún me queda la esperanza de volvernos a encontrar. Quizá en otro lugar, con otra gente, con una sonrisa distinta, en una situación diferente, quizá en esta vida, o quizá no.
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