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Volvernos a encontrar

Te vi y te extrañé. El otro día mis ojos te reencontraron y mi corazón se estremeció. Han pasado ya varios años desde la última vez que estuvimos frente a frente. Sentí como todo este tiempo sin verte se me vino encima como las deudas a fin mes, de un solo golpe y de manera dolorosa. Me di cuenta de cuánto extraño lo que solíamos ser. Me parecía una coincidencia increíble  que la luz roja de un semáforo al frente de la PUCP te pusiera de nuevo frente a mí.  Llevo años pasando con el carro a la misma hora por ese mismo lugar, y después de tanto te vine a encontrar.  Sonreías, eso me alegró. Se me detuvo por una milésima de segundo el corazón. En esa pequeña fracción de tiempo se metió en mi cabeza la loca posibilidad de sacar mi mano por la ventana y pasarte la voz. Pero, ¿y si no te alegraba volver a verme? Quizá no me reconocerías. Quizá las personas que te acompañaban se preguntarían quién soy yo. Quizá, después de tantos años, tú no tendrías una respuesta a esa pregu...

Los adioses

Hoy perdí mis audífonos saliendo del trabajo. Subí a un carro que estaba casi lleno, me tuve que sentar en el asiento reservado esperando no quedarme dormida para poder ver si alguien que lo necesita sube, aunque sinceramente esperaba que no suba nadie que lo necesite. Mirando por la ventana me puse a pensar que quizá hoy fue una mala elección no traer el último libro de Jojo Moyes que estoy empezando a leer. En la mañana, antes de salir, me dio pereza cargar tanto peso en la pequeña mochila que llevo al trabajo. Soy floja y luego me arrepiento, siempre me pasa. Pienso en el libro. Está ambientado en la segunda guerra mundial y la protagonista aparece en otro libro de la misma autora como parte de otra historia, una más feliz, diferente, como si ella fuera otra persona y la que narra esta nueva historia está distante a la otra, ella misma lo narra y me hace sentir que si se mirara en un espejo no se reconocería. Mientras pienso en la historia, en la protagonista, en que mejor...

Sabor a navidad

Le envío un mensaje avisándole que ya llegué.  A los pocos segundos me abre la puerta —Llegaste rápido—. Yo sigo viendo la pantalla de mi celular — El chofer de mi carro manejaba como loco— le respondo Entro a la casa y dejo mi pequeña maleta negra sobre las escaleras que están a la izquierda de la entrada. Veo sobre la mesa del comedor la laptop hp rosada que usa para trabajar.  En la mesa están dispersos una cantidad de papeles arrumados y lapiceros de colores. Camino hacia la sala y me tiro encima del sofá más largo. Mis pies chocan con dos cojines que parecen más bien almohadas viejas. La televisión de la sala está prendida en el canal de Investigation Discovery.  Él me alcanza el control remoto antes de que yo se lo pida. Empiezo a presionar los números al azar. —Tienes hambre— me pregunta levantando su ceja, como esperando alguno de mis inusuales antojos, pero estoy muy desanimada como para comer. —No— Respondo rápido y sin dudar—...

Música del olvido

Era muy raro que mi papá me llamara de noche. No sabía si era buena idea responderle o no.  Cuando por fin me decidí salí del salón casi corriendo. Meses atrás, cuando respondí una llamada de su número, una mujer me habló y me preguntó “¿quién eres?”, yo le respondí “¿tú quién eres y por qué me llamas del celular de mi papá?”, ella dijo “ya no lo molestes más” y colgó. La rabia de esa llamada aún no se me había pasado. Mi papá nunca me dio una explicación de quién era ella y por qué me había dicho esas cosas. Ni siquiera lo intentó. Fue más fácil para él fingir que no había pasado, pero yo no podía fingir. Me ponía nerviosa pensar que esa mujer en algún momento volvería a llamar. Era finales de febrero y la última vez que él me había llamado fue para navidad. Eso aumentaba la tensión. Escucharlo no me alegró. Siempre hacía lo mismo: llamaba, prometía que lo haría más seguido y luego desaparecía. Eran cerca de las 8 de la noche y mi clase estaba por terminar. Apagué mi...

El tren (algunos meses atrás)

Subí corriendo las escaleras del puente esperando no irme de cara contra el suelo. El foco del único poste que alumbra el lugar se había quemado y los escalones casi no se distinguían. Estaba apurada porque no quería que me deje el último tren y también porque tenía miedo de que me roben. Llegué jadeando a la entrada de la estación María Auxiliadora. Una de las puertas estaba cerrada. El único vigilante que había en la estación me miró detenidamente. Tenía puesto un chaleco verde chillón y parecía cansado. Miré la pantalla donde aparecen los horarios de los trenes pero estaban pasando uno de sus spots publicitarios donde subliminalmente te piden paciencia y buen humor.  Metí mi mano apresuradamente en mi bolso negro para sacar mi billetera y pensé, “carajo, solo falta que mi tarjeta no tenga saldo”, no recordaba cuando la había recargado por última vez. Volví a mirar la pantalla y me di cuenta que aún figuraban dos trenes por llegar y el más próximo estaría en la esta...